Mujeres que se despelotan en los conciertos

Es «cine de mujer»; ni feminista (porque no hay material suficiente para ello) ni femenino (porque la sociedad les ha hecho odiar el calificativo).

Ellas están convencidas de que el cine hecho por mujeres constituye un género diferente y se sienten orgullosas del éxito alcanzado por su Festival Internacional de Cine Realizado por Mujeres, que ayer clausuró en Madrid su octava edición.

Son once mujeres que integran el Ateneo Feminista y que un buen día eligieron cinco películas para proyectar y debatir: unas breves jornadas en la cafetería de los cines Alphaville que les aportaron el mejor proyecto para su fin, que es concienciar a la mujer a través de manifestaciones culturales. 

Revuelo han armado, y bastante: «Es increíble el miedo que pueden despertar once mujeres (inocentes), y que en este país se cuestione tanto nuestro festival, cuando en Francia, Estados Unidos y otros muchos países este espacio está perfectamente asumido y tiene una enorme acogida entre el público», comentan, entrecruzadas, Zenaida Chacón y Luz Martínez.

El cine hecho por mujeres tiene, a su juicio, importantes diferencias en su génesis, una realidad y percepción distintas; en su manifestación, es más intimista, y en su distribución, mucho más difícil por tratarse de un producto menos agresivo y más documental.

La idea de que las realizadoras sean capaces de un género propio ha ofendido a no pocos de sus colegas masculinos, que cuentan entre sus argumentos con numerosos filmes sobre mujeres: «Su fantasía de la mujer nada tiene que ver con nuestra realidad; las realizaciones de mujeres aportan infinidad de nuevos matices a la historia del cine hecho por los hombres». 

De su contundente aserto sólo salvan, benévolas, la filmografía de Claude Chabrol: «Sus películas podrían haber sido hechas por una mujer». Cuentan las organizadoras con un importante elenco de directoras españolas que apoyan sus iniciativas, entre las que citan a Josefina Molina, Carmen Sarmiento, Ana Díez, Chus Gutiérrez y otras muchas realizadoras en soporte de vídeo. Aseguran que todavía no les ha salido ninguna detractora.

Y admiten que sí hay muchas mujeres que prefieren hacer oídos sordos a su festival e incluso hacerse llamar «directores»: «Es una reacción lógica de la mujer, que por fuerza de la Historia no se siente orgullosa de su condición -dice Luz-; al contrario -añade Zenaida- la realizadora, especialmente la novel (ahora se refiere a Gracia Querejeta quien 'no quiere que el público se siente a ver Una estación de paso como la película hecha por una mujer de 30 años'), que no está concienciada, tiene miedo de que la cataloguen y la marginen».

Aunque la palabra «concienciar» suene a militancia y aunque su afán no parezca sino «excluir» al hombre, el Festival no pretende más que buscar un espacio para la mujer frente a los tantos otros certámenes dedicados casi exclusivamente a ellos, «esos majos que de las catorce producciones que se hacen al año en este país se adjudican doce y dejan dos para el porcentaje femenino, que es más de la mitad de la población».

En la edición que ahora se clausura, en la que se han proyectado un total de 115 cintas en las salas de la Fihnoteca Nacional y del Centro Reina Sofía, ha ocupado un lugar destacado la filmografía de la directora sueca Mai Zetterling, quien vino personalmente a disfrutar del calor de su público. 

Las organizadoras tienen ya una favorita, Al borde del abismo, de la británica Elaine Proctor, un filme que explora la sexualidad de una pareja de africaners como metáfora del Apartheid y cuyo tema central es la violencia.

Pero no todo es amargo cuando se llevan faldas. Diviértete con Susan (en torno a la realizadora norteamericana Susan Seidelman) o Panorama (con un poco de cada) han sido secciones entretenidas. Los premios fueron entregados ayer en la Filmoteca por Chus Gutiérrez y Luz Martínez.

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