Rodrigo Rato está empachado.

La caída de «Rodrigo» ha causado un auténtico desconcierto en el PP. Aún más, ha removido las aguas del partido hasta el punto de atisbarse viejas brechas.

Lo de menos es que al ya ex presidente de Bankia, la puntilla se la dieran el FMI o Mario Draghi. O que el propio Rato hiciera una gestión manifiestamente mejorable, y hasta se labrara su ruina -según apuntan secretamente en el propio partido-, en una fusión con Bancaja, con la que no sólo persiguió convertirse en el cuarto banquero de España sino también escapar del feudo popular de Esperanza Aguirre, que se había opuesto a su nombramiento en Caja Madrid.

Lo importante, en la mentalidad de partido, es que Rajoy le ha dejado caer. Y eso es lo que quedará grabado a fuego en la memoria colectiva del PP.

Unos dicen que porque no le quedó más remedio, habida cuenta de la presión del presidente del BCE en el «akelarre de Barcelona»; y el propio informe del FMI; otros, no obstante, le culpan junto al propio titular de Economía, Luis de Guindos, de haber colgado en la web del Ministerio el citado informe, a la vista de todo el mundo, o de haber sido, a la postre, «más riguroso» con Rato que con el gobernador del Banco de España.

«Ahora va a resultar», decían en fuentes ligadas al sector financiero y empresarial y al propio PP, «que Rato va a ser más culpable que Blesa, Narcís Serra o José Luis Olivas de todo este desastre del sector, y que va a ser el único que pague, además del -salvando todas las distancias- socialista Hernández Moltó»... «Se ha sido más riguroso con Rato que con los demás», insistían.

Cierto es que Rato era ya, de un tiempo a esta parte, un cadáver político. En ello se convirtió, dos años atrás, al renunciar definitivamente a la primogenitura del PP pidiendo a Rajoy el plato de lentejas de la presidencia de Caja Madrid; y más aún hace dos meses, cuando el propio Rajoy le puso en evidencia al reducirle por decreto su sueldo millonario en un 70%. Pero, aún reconociendo que el plato de lentejas ha terminado por empachar a Rato, lo cierto es que los populares han apreciado un exceso de guindilla en el guiso cocinado por la Moncloa.

Y es que, aunque sólo unos pocos creen ya en las resurrecciones, los populares penan por Rato, y algunos de sus referentes reprochan a Rajoy haber metido un gol en propia puerta: «¿Por qué no le dio a él la ayuda que ha anunciado para Goirigolzarri?», «¿Por qué ha sacrificado a uno de los nuestros para colocar a uno de los otros…?», «¿Es que nadie recuerda que Goirigolzarri fue en el BBV el brazo derecho de Pedro Luis Uriarte, ex consejero de Economía de Garaicoetxea?» «¿Y dónde ha estado el Banco de España en todo este proceso? ¿Por qué han llamado a los demás banqueros para defenestrar a Rato?»… Quejas de este porte, que no verdaderas preguntas, son las que se sucedían estos días.

Unas quejas que, sin duda, nadie se atrevería a esgrimir, ni de manera velada, si la situación económica le sonriera hoy a Rajoy. El desánimo por la persistencia de la prima de riesgo, el ataque de los mercados y la intervención de facto de la UE está empezando a hacer mella en el PP que, pese a apoyar por completo al Gobierno, mira ya a las elecciones gallegas como una reválida para Rajoy y para su propia sucesión.

Si cuatro años atrás las gallegas supusieron la confirmación del presidente en el recién conquistado congreso de Valencia, las que ahora se celebren pueden marcar un antes y un después en el futuro del partido y en la propia herencia política de Rajoy. De ahí el interés declarado por algunos miembros del Gobierno en que Feijóo las adelante.

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