Sin música no se podría vivir

Es una ciudad acogedora con todo el mundo, quizás porque muchos somos de fuera». Rodeada de documentos y carpetas, en el pequeño despacho de su laboratorio, por la ventana solo ve campo. A los 75 años, son muchas las horas que cada jornada aún pasa entre probetas, tubos de ensayo y papeles, en el Centro de Biología Severo Ochoa (CSIC-Universidad Autónoma de Madrid). Allí trabaja desde hace décadas y ha hecho importantes avances para la ciencia mundial. 

A veces se lleva trabajo para adelantar en su tiempo libre, pero no en su fin de semana perfecto, en el que no faltaría, y de hecho es así, un concierto en el Auditorio Nacional. «Siempre voy los sábados por la tarde, siempre hay algo interesante y no me lo pierdo», asegura. Es más, incluso si hay algo importante entre semana, hace lo posible por no perdérselo. 

La pintura también está presente en su vida, otra vertiente creativa humana que le permite olvidarse por un rato de su famoso ADN polimerasa, que tantos beneficios ha reportado a la ciencia española. «Si hay algo interesante en el Museo del Prado o el Museo Thyssen-Bornemisza no me lo pierdo. La última que vi fue la exposición de Antonio López y la siguiente será la de Chagall. Además, procuro sacar las entradas por internet para no esperar colas». 

Si hay algo que le entusiasma, según reconoce, es el Museo Arqueológico Nacional. «Es una auténtica maravilla. Uno de los lugares, con el Museo del Prado, al que llevaría a cualquier colega extranjero que visitara esta ciudad. Tiene piezas de gran belleza, únicas, y eso que tengo que aún no he visto su ampliación», reconoce. 
Como no sólo de arte vive el ser humano, y ella de Biología sabe bastante, elige un restaurante conocido por su buen pescado para disfrute de ese idílico día de fiesta. La Dorada (calle de Orense, 64), que es también su local favorito cuando tiene alguna celebración familiar o profesional con su equipo de trabajo, unas cuantas a tenor de los hallazgos y de los premios que acumula en su currículo. 

No todo es perfecto en Madrid. «Pasear, no lo hago mucho. Hay demasiados ruidos y demasiados humos para ir de un lado a otro. El espacio que más me gusta para caminar es el Real Jardín Botánico, con sus impresionantes árboles y tan cuidado». Y, por supuesto, su barrio, por la avenida de Reina Victoria, que fue su entorno cuando era estudiante y lo volvió a ser cuando regresó a la capital. Le gusta porque «los vecinos se conocen, y los de las tiendas, el quiosquero, como si fuera un pueblo dentro de la capital». 
Y cuando llega el buen tiempo, su refugio también está en la misma comunidad madrileña. Es en Valdemorillo donde, desde los años 70, Margarita Salas tiene un chalé que diseñó con su marido, ya fallecido, Eladio Viñuela. «Nos hicimos una casa como queríamos, con la intención de vivir allí, pero cuando nació mi hija, y comenzó a aumentar el tráfico, decidimos vivir en la ciudad, así que ahora la utilizo muchos fines de semana y en vacaciones». 

Cuando la escapada es más lejos, como la pasada Semana Santa, la investigadora se sale de las fronteras de la región, en busca de algunas de las hermosas ciudades monumentales que están a escasas horas en coche, como Cáceres, Trujillo, Guadalupe o Palencia. 

Pero hay algo que echaría de menos en este fin de semana perfecto. Una carencia que reconoce que tiene Madrid respecto a otras grandes capitales europeas. Se trata de una oferta más atractiva relacionada con el mundo al que ha dedicado su vida: los grandes avances científicos de la Humanidad. «Está el Museo Nacional de Ciencias Naturales y el de CosmoCaixa, en Alcobendas. Pero en general son poco visibles». A cambio, y sin dudarlo, aprovecha para ir al cine, o al teatro, otras constantes en su tiempo libre.

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